martes, 7 de octubre de 2025

 


LA SOMBRA DE CYRANO, DE JOSE LUIS AGUILERA

Que soy un enamorado de los libros, en todo lo que ello significa: encuadernación, portada, grafía y del relato que el autor hace, a menudo también del olor que transmiten sus páginas, salvo que haya estado largo tiempo cercano a un empedernido fumador o las cenizas del cigarro que éste deposita exhumando su inveterado deseo de encontrar la palabra o el sinónimo exacto que plasmar en un folio; en suma un modesto bibliófilo y avezado lector, como pueden dar fe los libros que he ido acogiendo en mi blog de la Calle de Niños Luchando 12, como aquellos otros que por pereza, desidia u otros pareceres no recibieron la misma atención, a menudo por estar escritos en inglés o francés, que me obligan a un mayor esfuerzo lingüístico como mental, es un hecho.

Por todo cuanto antecede y antepuesto este  exordio,  para poder coger fuerza y subir la rampa de mi  antigua disposición para rememorar en pocas líneas un libro , pues la obra que acabo de leer, a modo de novela y, tras un prólogo lúcido y encomiable, como encomiásticas postreras alabanzas, del todo merecidas y de laudatoria razón, hacen que mi apuesta hoy flaquee, aunque trataré de tirarme a la piscina y, humildemente, expresar la gratísima e inesperada impresión que me ha causado su lectura.

Tras descorrer la acertada cortina del prólogo, que muy bien podría ser ya el resumen puntual de sus dos primeros capítulos, este modesto lector, aspirante a Mirlo blanco,  se encuentra en la misma disyuntiva que cuando leyó por primera vez  a Manuel Azaña en El Jardín de los frailes. El profundo diálogo interior del autor, con la mediación de su, probable, alter ego o trasunto, Luis Sandoval.

Y las preguntas que con Azaña antaño me hice, ahora me volvían a asaltar. Era acaso su portentosa imaginación o su propia experiencia vital la que se iba desgranando en palabras.

La fortuna había hecho que, durante cinco años, allá por los 80, yo también fuera vecino de la maravillosa capital de España, y creía haberme encontrado con Luis Sandoval o con el autor, pues aquel hotel que levantara un belga visionario, el Palace, a unos pasos del Congreso, bajo su espléndida cúpula de cristal, donde mejor degustar un gin tonic y ver desfilar a políticos, actores y actrices por aquella luminosa rotonda, a los pies de la calle el Prado, de mis continuos paseos y ensoñadoras visitas a la Cacharrería del Ateneo, rematando en la asombrosa e inigualable plaza Santa Ana, con nuestro Federico y su paloma en la mano delante del teatro del Príncipe, con el dosel del níveo hotel Meliá, donde partían los toreros camino de la plaza de las Ventas, o en aquellos bares de sabor añejo, con sus veladores de mármol, sus patas de hierro forjado, la simpatía del camarero y el castizo condumio. Qué decir de la Cava baja, con Lucio apostada a la barra de su mesón, con una sonrisa cómplice si por el acento descubría que eras andaluz y llegabas sin reserva,  o de Viridiana, donde Ruíz Gallardón departía en la primera planta con su orondo dueño, Abraham García, y todas sus paredes estaban tapizadas con los fotogramas de la película de Luis Buñuel.

Poco después el viaje nos llevará a Roma, donde la primera vez que fui, siendo aún un chavea, y ya las canas se han apoderado completamente de mi cabeza, antes de emprender la vuelta al mundo para intentar colocar los azulejos de Azulejera Granadina, tras una modesta calle y después de las escalinatas de la Plaza de España y nuestra embajada en el Vaticano, la más antigua de nación alguna, uno se quedaba bouche bée delante de la Fontana de Trevi, la misma que habían  inmortalizado Anita Ekberg y Marcello Mastroianni.

Si ya viajaba de la mano de Luis Sandoval, dando los mismos pasos que seguro él había seguido por Madrid y Roma, su introspectiva personal, el modo en que él quiere presentarse, usando al libertino Cyrano de Bergerac, como si fuera su epígono, sin embargo un francés un tanto peculiar, que en la realidad había tenido amores oscuros, me sorprendía, aunque su autor tomó la obra de teatro del marsellés Edmond Rostand, revestido de una capa de libertino y Don Juan.

Pero las sorpresas y mis propias preguntas inquisitivas no podían detenerse ahí, pues su autor de repente cambió de estratagema, ya no era un libro de trasunto filosófico, sobre su propia moral y las consecuencias de sus actos sobre terceros, en este caso su esposa y, ahora, el impacto causado por un affaire o un simple flirt con una francesa, eso sí entusiasta de Cyrano de Bergerac, muy culta y bastante atractiva como resuelta profesionalmente.

Este giro copernicano versaba ahora sobre una película de suspense, un thriller que dicen hoy día, la desaparición de Alice Ardant, esa francesa de unas noches de pasión  entre sábanas en el hotel  Palace de Madrid, quien sutilmente tomaba las riendas de la novela, que nos mostraba el despiadado mundo de las multinacionales, de las hipotecas subprime, en suma de la crisis del 2008, esa misma que Rodríguez Zapatero negaba para España, pues según él jugábamos entonces  en la Champions League, mientras buena parte de la clase media española se iba al garete, mientras  a esa minoría de afortunados les permitía enriquecerse desenfrenadamente, a pesar de que por medio pudieran quedar en el camino los conejillos de indias, la carne de cañón y los pobres diablos que somos la mayoría de los pobladores de este Planeta y que no hemos sido capaces de hacer otra nueva revolución o colgar a esos políticos y esos traficantes bursátiles, financieros, de la industria farmacéutica y del petróleo, del mismo modo que hicieron los partisanos italianos con Mussolini y su amante Clara Petacci por las calles de Milán, pero esto ya es otra historia y nada que beneficiara a Luis Sandoval y su amada Alice Ardant.

El colofón, el trueno gordo, la nueva maniobra del prestidigitador José Luis Aguilera, le nouveau tournant, cuando todos los actores de esta obra se las prometían más felices, en un restaurante que sobrevuela la Villa Eterna, en una de sus eternas colinas, una deflagración pondrá fin al encuentro y a la inmediata desaparición de Alice Ardant, cuando ya antes ella misma, con Javier y su viejo amigo marsellés,  había tejido su renacer y el perdón de sus pecados pasados en una farmacéutica neoyorquina,  cotizada en el parqué Nasdaq MarketSite.

Luis Sandoval y Laura, la esposa de Javier, que junto a Carlo Bellini, junto Alice Ardant, son los principales actores de esta novela, llevarán a cabo las investigaciones pertinentes para descubrir la extraña desaparición de Alice Ardant, al parecer, sometida en su propia empresa farmacéutica a prácticas ajenas a sus valores, pero que de denunciarlas o desaprobarlas, podrían costarle la vida en ese mundo de lobos con piel de cordero que es Wall Street.

Luis Sandoval, ya en París y con el mismo paladar de Cyrano de Bergerac, en la contemplación de una pastelería, dirá adiós decididamente a Alice Ardant para encontrarse con Marie Villeneuve, la siempre amada.

La obra en su forma literaria es excelente, al igual que el guión trazado para llevar al lector desde la Academia y el deambular de los aristotélicos, bajar al valle de lágrimas que es una mujer que yace en un antro sin saber quién es, y entrar por la boca del túnel, siempre con el halo de Cyrano de Bergerac sobrevolando la historia, en un final de cuento de hadas, donde ya quedaron atrás los cristales rotos y las cloacas.

La editorial granadina Dauro, en su portada, contraportada y cuidado del texto, como de su ejecución, me parecen que pueden muy bien competir con un Planeta o Penguin, por lo que lamento estén pasando malos momentos o quizás ya no estén en el mercado.

Por último, debo confesar que su autor y yo nos conocemos, ahora tras este libro bastante más supongo, y  tuvimos un mismo sueño deportivo, vestir la camiseta del Granada C.F, en esos años que todo está por descubrirse y las fantasías son parte de esa juventud, aunque ninguno de los dos alcanzamos esa gloria que anhelábamos desde muy niños y cuando entrenábamos en el Campo de la Federación en el Zaidín. Sin embargo, tras la lectura de su Cyrano de Bergerac y unas cortas y deslavazadas conversaciones, que hubiera deseado se prolongaran, y tras conocer su dilatada vida laboral y universitaria, mi admiración ha crecido y lamento que no haya pergeñado más trabajos, que seguro hierben en su frente, también tengo que añadir que, cada vez que lo que yo pergeño en mi cabeza, trato de llevarlo al inhóspito papel, mi pluma flaquea pues a la mente me vienen obras de escritores, esta vez del amigo José Luis Aguilera, cuyo talento no es fácil superar.¡ Enhorabuena, escritor!. Y muchas gracias.

 

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