EL JARAMA, DE RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO
En la postguerra española, ríos
como el Jarama, durante la canícula de los meses de verano, particularmente en
la meseta castellana y que decir de la villa de Madrid, éste que rodea la
capital por el Este, pasa a la vera de pueblos vecinos como San Fernando de Henares,
Coslada, Vaciamadrid, entre otros, de planicies areniscas y montes de escasa
elevación, servía para que en domingo, por cualquier medio o mediante el tren,
los madrileños fueran a bañarse y disfrutar de los modestos ventorrillos que a
su orilla servían el vino, el paisano depositaba su tartera de arenques y
tortilla, o eran los lugares de
encuentro de jóvenes y mayores, se mudaban el bañador tras las zarzas, como también
había sido entre el 36 y el 39, un lugar proclive para la sañuda defensa de
Madrid y de “el no pasarán” de la República, como milenios antes, lugar donde
los primeros pobladores ibéricos cazaban al mamut, vivían de la caza, establecieron sus primeros poblados,
descubrieron el fuego y trabajaron la piedra.
En este meandro húmedo, a unos
pasos de las compuertas de un pantano, entre el ribazo de hormigón y las breñas,
a las puertas de San Fernando de Henares, el escritor Rafael Sánchez Ferlosio,
hijo de un prócer del régimen de Franco y casado con otra gran escritora como
Carmen Martín Gaite, logra una narrativa en la que los intervinientes son el
mismo ciudadano, que en todas y cada una de las páginas de esta brillante obra,
que también fuera premiada en 1955 con el trofeo de Eugenio Nadal, nos muestra
esa época de España antecesora de los 60, donde para nada nadie habla de
política, excepción hecha de pinceladas por parte de los mayores que
participaron en esa fratricida contienda y hoy son padres, comerciantes y
humildes trabajadores, que a duras penas sacan su hogar adelante y quienes, a
orillas del Jarama, un domingo buscan divertirse, reencontrarse con los amigos
y ver como jóvenes estudiantes veinteañeros, que nacieron durante la Segunda
República o mientras estaba en todo su apogeo la Guerra Civil, solo buscan
pasar un buen día con los amigos y, probablemente, encontrar el amor con una
chica.
Lo que es un ir y venir del
paisanaje madrileño de aquella época, como la fidedigna descripción de los
sucesos de entonces, su lenguaje, sus aspiraciones vitales y esperanzas,
termina por truncarse cuando una de esas jóvenes excursionistas madrileñas,
Luci, a la noche, en un intento de deshacerse de la arena y el polvo acumulado
en la orilla, junto a otros tres amigos, de los once que habían dejado sus
bicicletas en el ventorro de Mariano y Justina, para bañarse en el Jarama,
pierde la vida y se ahoga, sin que nadie de los numerosos domingueros pueda
hacer nada por salvarla.
La novela es bellísima, sin que
tenga nada especial, simplemente la manera tan perfecta de transmitirnos, con
una fidelidad asombrosa, cómo era esa geografía, seguramente irreconocible hoy
día, y cuál era el modo de expresarse de los innumerables hombres y mujeres que
desfilan por sus páginas, mostrándonos un trozo del mismo pasado singular de
España, pues aunque el escenario fuera Madrid, y el río Jarama, de entrañables
resonancias épicas, en toda España, ya fuera en Granada a orillas del río
Genil, y en Badalona sobre la arena del Besós, solía suceder lo mismo, eso sí,
con distintos acentos.
Sánchez Ferlosio, paso a paso, en
El Jarama, mejor que en un cinematógrafo
u hoy Youtube, hará que salten a la palestra los habitantes de un tiempo, del
caleidoscopio de esa abigarrada sociedad, nuestros antepasados, los mismos que
en un escenario modesto, con un río silente, sin embargo es capaz de apoderarse
de la vida de una joven, aunque pareciera que sus aguas eran nobles y discurren
suavemente sobre el légamo dejado, desde el Neolítico, por millares de nuestros
ancestros, que también sucumbieron en este aprendiz de río, cuyas aguas, tras
Aranjuez y viajar por el Tajo, conocer Lisboa, terminan en un Océano infinito,
el Atlántico.
Aun cuando esta obra sea de un
tiempo pasado, sin embargo, literariamente es de un enorme sortilegio y
arrastra al lector, que todavía en el siglo XXI, puede conocer mejor cual es el
legado que nuestros compatriotas nos han dejado y porque nosotros llevamos en
nuestra sangre y la memoria parte de los comentarios que hace el paisano y la
dura tierra sobre la que se ha construido nuestra democracia.

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