ASÍ EMPIEZA LO MALO, DE JAVIER MARÍAS
Terminada de escribir en 2014,
sin que él supiera que aún le quedaban ocho años de vida, Javier Marías, en su
novela de Así empieza lo malo, tomado el título de algún texto de Shakespeare,
quien él tanto admiraba y leyó en inglés; en su primer capítulo, como si fuera
un exordio, nos presenta aquella España, particularmente aquel Madrid del año
1980, en el que los españoles se van adentrando ya en democracia y en expansión
social, económica y de moeurs o
hábitos, iniciado progresivamente diez años antes de la muerte de Franco, que
se va haciendo más presente en el estallido de cambio humano que sin reparos la
juventud española iba implantando a pasos agigantados.
Desde los primeros párrafos del
libro, su autor nos `presenta al matrimonio de Eduardo Muriel y a su mujer,
Beatriz Noguera, dos de los principales protagonistas, como una
larga e indisoluble desdicha, que Juan de Vere, secretario de Muriel y unos
veinte años más joven que ellos, recién terminada su carrera de filología
inglesa, nos irá relatando y se pregunte cómo
es que la gente se atrevía a contraer matrimonio (El divorcio llegaría en
España en 1981), a pesar de que él mismo contraerá nupcias con Susana, hija
mayor de Eduardo y Beatriz, ya en las últimas páginas del libro.
Así empieza lo malo, además de
ser un excelente relato literario y se desarrolle por los vericuetos del Madrid
de la movida y el cine, ya que Muriel es director de producciones
cinematográficas y acostumbra a contar en sus películas con mitos
norteamericanos. Es sobre todo la narración de la pasión y el amor de una clase
social que ha visto irrumpir la democracia y el brusco cambio social, ya ellos
bien asentados, bajo la mirada de un joven nacido tras la Guerra Civil y que,
se percata, inducido por su mismo jefe cuando lo aloja en su piso de la calle
Velázquez, que esa generación de vencedores y derrotados, ocultan un pasado
nada honroso; los primeros porque estuvieron inmersos en situaciones deleznables
y, los segundos, porque sufrieron en silencio la humillación con tal de
conservar lo logrado.
Los vencedores, caso del doctor
amigo Van Vechtens, pediatra, o su
compañero de profesión Arranz, por los años 40, se aprovecharon del miedo de
los derrotados para explotarlos, amén de ellos conseguir subirse a la cucaña del poder, teniendo empleo en
varias clínicas, caso de la Ruber, (fundada por dos franquistas) y teniendo su
consulta propia, habiendo vendido a la sociedad que había ayudado,
silenciosamente, a antiguos republicanos, cuando en la realidad era que se
había aprovechado sexualmente de sus mujeres o de sus hijas.
Entre tanto, Eduardo ya no siente
ningún amor por su esposa Beatriz, pero siguen juntos por la costumbre y porque
cada uno de ellos, fuera del ámbito conyugal, encuentran su propio desahogo
carnal, cuya ruptura y lo malo, empezó cuando su esposa le informó que aquella
carta que le enviaba para informarle de que él rompería su promesa de
matrimonio, pues había encontrado en la ausencia de su prometida Beatriz, otro
gran amor, a quien se vería forzado Eduardo a no seguir prestándole atención,
pues entendió que tras la muerte del padre de Beatriz, exiliado en los EEUU, a
donde ella tuvo que acudir urgentemente, a su regreso a España quedaba
desamparada.
En ese viaje por la España de la transición, Javier Marías nos muestra la
personalidad de muchas de las personas que se encumbraron, como fue el doctor
Vechtens, también de ese cambio de chaqueta que hicieron: falangistas de la
pistola al cinto, milicianos de la escopeta al hombro, delaciones nada más
acabar la Guerra, denuncias de conocidos y por sustraerse a una deuda, matones,
ordenantes de asesinatos, en suma, carniceros, todos ellos, de un bando y de
otro, dispuestos a pasar página y a olvidar el pasado.
Nos encontramos en España bajo la
dirección de gobierno de Adolfo Suárez, quien como funcionario franquista y
militante de Falange, él y el resto de los jerarcas y funcionarios públicos de
entonces, se hicieron el harakiri en Las Cortes: “Nadie pida cuentas a nadie”. Ni de los ya muy distantes desmanes y
crímenes de Guerra, cometidos por ambos bandos en el frente y en la
retaguardia, ni en los infinitamente más cercanos de la dictadura…Tan tentador
era el futuro que valía la pena sepultar el pasado, el antiguo y el reciente,
sobre todo si ese pasado amenazaba con estropear aquel futuro tan bueno en
comparación. Leeremos.
Un historiador se jactaba de sus “años de exilio en París”, cuando esos
años los había pasado nada menos que con un cargo en la embajada española,
representando a Franco, claro está…Tras la instauración de la democracia, no tenían
empacho en fraguar fábulas y colgarse inexistentes medallas, en fabricarse un
conveniente pedigrí.
(Unos y otros, allá por los años
80, intentaron tomar posición, sobre todo en el seno de los partidos llamados
de izquierda, ya que pocos fueron quienes se exiliaron por defender sus ideales
o tenían clara su posición política, excepción de un buen puñado de anónimos
militantes del PCE. Sin embargo, años después, o en fechas en las que se
publicó esta novela, supimos de siniestros personajes como Rodríguez Zapatero y
la caterva de los alumnos aventajados del socialista Pepe Blanco, Sánchez,
Abalos y un largo etcétera, que desde su más tierna infancia eran de
izquierdas, cuando en el seno de sus familias, el sentimiento franquista estuvo
muy arraigado y, además, vivieron de los pechos de ese mismo régimen de Franco,
aunque después intentaran negarlo, pero la hemeroteca los delata, como también
les ocurrió a los hoy furibundos nacionalistas catalanes, como Pujol, grandes
banqueros al amparo del dictador).
Cuanto antecede entre corchetes
es lo mismo que Eduardo le dice a Juan: Seguirás
oyendo hablar de la insoportable Guerra durante más tiempo del que imaginas (Que
lo pregunten a los españoles tras desenterrar Sánchez a Franco) Sobre todo a los que no la vivieron que serán
los que la necesiten más: para encontrar un sentido a su existencia, para
rabiar, para apiadarse, para tener una misión, para convencerse de que
pertenecen a un bando ideal, para buscar venganza retrospectiva y abstracta a
la que llamarán justicia, cuando póstuma no la hay…para sacar provecho
sentimental de los pobres que murieron, para figurarse sus penalidades…para
reclamar sus herederos. Una guera así es un estigma que no desaparece en un
siglo ni en dos, porque lo contiene todo y afecta y envilece a la totalidad…Esa
guerra se amortiguará en algunos periodos, como empieza a suceder ahora, pero
será como uno de esos pleitos entre familias que se perpetúan a lo largo de
generaciones, y te encuentras con que los tataranietos de una odian a los de la
otra sin tener ni idea de por qué; sólo porque se les ha inculcado ese odio
desde su nacimiento.
(Sabias palabras que en el año
2025 siguen muy presentes y que abandera el socialcomunismo que ostenta el
poder en España, con Sánchez y su camarilla como espoliques de este
sentimiento, quizás para ocultar la corrupción y la rapiña en la que han
convertido su paso ministerial)
En lo relativo al desdichado
matrimonio, Javier Marías lo aclara, del siguiente modo: Personas que se eternizan juntas por mero acostumbramiento, porque la
una forma parte del existir de la otra tanto como el aire que respiran, o al
menos como la ciudad en que habitan y que jamás se plantearían abandonar por
insufrible que se les hubiera hecho.
Novela pues que emplea a sus
protagonistas y al narrador, para relatarnos distintas situaciones amorosas y
pasionales, mientras aprovecha para hacernos discurrir por las calles y la
atmósfera de un Madrid que se iniciaba en democracia, tratando de olvidar el
pasado para tener un futuro mejor.

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