LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA, SEGÚN
A.S. TURBERVILLE
Siempre se ha dicho,
malintencionadamente, como es propio a enemigos, que España ha sido siempre un
país intolerante, hecho este falso, cuando se demuestra que ese mismo problema
ya se daba en esos países que alzaron
una crítica mendaz, particularmente centrada en la Inquisición.
Y es el Papa Gregorio IX, en el
año 1233, quien señala el origen de la Inquisición, confiando a los monjes
dominicos la lucha contra la herejía, razón de una inquina contra los críticos
al cristianismo o, más precisamente, a los postulados católicos.
La herejía, en la Edad Media,
estaba presente en Lombardía, Sicilia, Alemania y Francia, por lo que ante la
deficiente defensa hecha por los Obispos, el Papa nombra a estos frailes
Inquisidores y crea un tribunal para sancionar las faltas, llamado Santo
Oficio, siendo el Inquisidor el juez, además de investigador y policía.
Ya en el edicto de Verona (1184)
se ordena a los Obispos que hagan visitas periódicas a las parroquias tildadas
de herejía y que los mismos vecinos den los nombres susceptible de culpa.
En Narbona, en 1227, se
perfecciona estas delaciones con la diffamatio,
las testas sinodales (testigos sinodales), la inquisitio generalis y inquisitio
specialis, todo ello herramientas legales para la persecución y
justificación legal de esa conducta inquisitorial.
Por tanto, la Inquisición
medieval fue esencialmente una institución ideada por el Papado y dominada por
él, aunque en Francia contó con el respaldo de la Corona.
En tiempos del Calvinismo, es la
misma Universidad de París quien emprende esa represión de la herejía, mientras
decrece la influencia de la misma Inquisición en el país, con la inestimable
ayuda de una Cámara especial, conocida como Chambre
Ardante.
La Inquisición dio algunos pasos
en Hungría, Bohemia, Polonia y nunca en Escandinavia. En Inglaterra,
comisionados especiales del Papa, de acuerdo con la autoridad episcopal del
país, año 1309, están presentes contra los Templarios ingleses, que habían adoptado
creencias herejes en su orden.
Cierto es que cuando Fernando e
Isabel impulsan en España la Inquisición, tras la conquista de Granada, en el
resto de Europa está moribunda, aunque en Italia tiene su renacimiento.
Por mor de la invasión sarracena
de la península ibérica, en el siglo VIII, quedaba exenta de esa Inquisición, presente en países vecinos, aunque con el
avance y reconquista cristiana, como con la finalidad de frenar la inmigración
de los herejes cátaros del Languedoc, tanto Jaime I y Pedro II de Aragón, ya
habían publicado severos tratados contra la herejía, allá por 1226. También
había sido conminado el arzobispo de Tarragona por el Papa Gregorio IX, a la
búsqueda y castigo de los herejes presentes en su diócesis, a través de la bula
Declinante, bajo la influencia del
español Raimundo de Peñafort, el más grande dominico de su época y más
influyente sobre el Papa.
Los franciscanos prestarán ayuda
a los dominicos, que se ven desbordados, en 1237.
Se sabe que los españoles
inquisidores más influyentes de esa época fueron: Nicolás Rosselli y Nicolás Eymeric, éste gran enemigo personal
y en sus obras, de Ramón Lull.
Cuando los RRCC fundan la
Inquisición, en Aragón era poco fuerte y en Castilla no existía, por lo que su
implantación tuvo un propósito de organización y unificación política.
En los siglos XII y XIII, los
monarcas hispanos ansiaban asimilar la cultura musulmana y judía, orgullosos de
Avenpace y Maimónides, especialmente los reyes Alfonso VI y Alfonso X, también
el arzobispo Raimundo de Toledo, por lo que en España no existía ninguna
intolerancia religiosa, bien al contrario.
Sin embargo, en el siglo XIV el
clima social cambia y la cercanía de los judíos a los poderosos, como la gran
masa mora en el sur y este de España, los hace ser impopulares.
En los concilios eclesiásticos de
Zamora (1313) y Valladolid (1322) se prohíbe el intercambio de cristianos con
moros y judíos, forzándoles a que vivan en barrios especiales, en los burgos,
llamados morerías y juderías, donde pronto los cristianos llevarán a cabo
matanzas de judíos: Córdoba, Toledo, Burgos, Mallorca.
Forzados a convertirse en 1391,
sobre todo por el esfuerzo proselitista de San Vicente Ferrer, nacen los
Conversos, hostiles siempre y que originaron, por envidia y las llamadas
limpiezas de sangre, arduas luchas en Toledo, Ciudad Real y Córdoba en 1473.
Con la Toma de Granada por los
RRCC, depositan la confianza en Hernando de Talavera, Obispo de Ávila y
confesor de la Reina, para cumplir con los acuerdos firmados con Boabdil y la
misión de la conversión paulatina y pacífica de los moros, a lo que se opondrá
el arzobispo de Toledo, Francisco Jiménez Cisneros, siempre crítico y dispuesto
a forzar la máquina de la rápida conversión, razón de los disturbios en Granada
en 1501.
El 30 de marzo de 1492, ni los
esfuerzos de Isaac Abravanel, amigo de los reyes, fueron nulos y daba comienzo
a la expulsión de los judíos, que en número de 500.000 a 800.000, según quien
escriba sobre ello, empezaban su exilio, con el contento de un converso como
Torquemada.
Los conversos que quedaron y que
fueron bautizados y renegaron de su pasado religioso, serían objeto de
vigilancia y de que el mismo Concilio de Basilea exhortará a los obispos a ser
más vigilantes, de manera a descubrir a los hipócritas y falsos conversos.
Cierto es que la Inquisición
española, en su máximo esplendor, fue eficiente para sus propósitos, con un
poderío extraordinario fruto del apoyo real y la buena organización, que además
les permitió la centralización administrativa por medio de cuatro Consejos:
Estado, Finanzas, castilla y Aragón, a lo que se añadió, con la pertinente
autorización de Sito IV, el Consejo de la Inquisición o Supremo.
La vigilancia central se ejerció
por el Inquisidor general, primeramente ocupado por Torquemada y al que le
seguirían: Diego Deza, Jiménez, Adriano de Utrecht (más tarde Papa como Adriano
VI), Alfonso Manrique y Fernando Valdés.
Hubo inquisidores generales, caso
de Torquemada, un verdadero déspota, que para nada tuvieron en cuenta al Supremo,
también Valdés. Otros dos autócratas fueron Diego de Arce y Reinoso, desde 1643
a 1665.
Durante el reinado del
desgraciado Carlos II, los choques entre el Inquisidor general y el Supremo
fueron constantes.
El Supremo trató siempre de
aumentar su autoridad y en los siglos XVI y XVII fue una poderosa oligarquía,
estando su influencia por encima de los tribunales locales, exigiendo en 1647
que todas las sentencias le fueran sometidas para su aprobación, fomentando
también la lenidad. También se ocupaba de los asuntos financieros y manejaba
gran cantidad de dinero en ingresos y gastos.
Tras el Inquisidor general y el
Consejo estaban la Monarquía española y el Papado. Fernando fue quien le dio su
verdadero distintivo nacional, nombrando personalmente al Inquisidor general,
prestando atención a sus finanzas y teniendo comunicación directa con los
mismos tribunales.
Entre el Papado y los monarcas
españoles, por causas de la Inquisición española, existieron numerosas
fricciones, unas decantadas a favor del Papado y otras al revés, por causa de
las apelaciones, siendo las dos más sonadas la del Arzobispo de Toledo,
Carranza, procesado por herejía, y la de Gerónimo Villanueva, Marqués de
Villalba.
La eficacia de cada tribunal
dependía de sus oficiales principales, al principio de poca categoría y pocos,
con el tiempo mejor preparados y numerosos. Los Inquisidores eran
principalmente frailes dominicos, doctos
en teología y derecho, mayores de cuarenta años, después se rebajaría a
treinta.
Junto al Inquisidor solía estar
el Obispo, también un asesor jurídico y un Fiscal o acusador, también asistían
los escribanos o secretarios, quienes tomaban buena nota y cuidaban los
archivos. También fueron empleados el alguacil, encargado de la detención de
los acusados y de apoderarse de sus bienes y el alcaide o carcelero; el
portero, que entregaba los avisos y el médico, para el examen de los presos
antes y después de la tortura. Solía asistir un capellán para celebrar la misa
de los Inquisidores, mientras a los preseos les era negado el sacramento.
También solía ser empleado el barbero y el receptor de confiscaciones.
Ninguna de las personas al
servicio de la Inquisición podía portar mala
sangre, es decir no tener demostrado que eran cristianos viejos en su
familia y antepasados.
Además de por las confiscaciones
e imposición de sanciones y embargos, la Inquisición empezó a cobrar también
una gabela por la expedición de
certificados de limpieza, siempre
necesario si se iba a trabajar para la Corona. También solían contar con
privilegios en sus desplazamientos y en las posadas.
El proceso inquisitorial y las
penas empezaban por un tiempo de gracia, oportunidad para que la persona
delatada o bajo los más espantosos anatemas se declarara culpable, según
rumores públicos, delaciones, diffamatio de
un grupo de vecinos , sospechas o escritos, otorgando a los calificadores la instrucción del sumario
y opinión acerca de si la persecución estaba justificada o no, por judaísmo,
conversión al mahometanismo, bigamia, etc.
Como medida de seguridad el
Fiscal podía ordenar la detención del reo, que podía tener lugar de madrugada,
siendo conducido a una cárcel secreta de la Inquisición, sin por ello poder
saber quién le denunciaba, ni el delito por el que se le acusa. Caso de que el
delito fuera grave, de inmediato se procedía a confiscar sus bienes. El aguacil
y un escribano llevaban a cabo la detención, levantando acta de los bienes del
detenido.
La prisión, en espera de juicio,
era más severa que la casa de penitencia,
además de insalubres calabozos.
Tras los interrogatorios
preliminares, el Fiscal presentaba las pruebas formalmente y pedía su
ratificación, siendo también los testigos interrogados por un Inquisidor o el
escribano. Se le permitía un defensor, que nunca existió en la Inquisición
medieval, aunque éstos mismos estaban expuestos a ser perseguidos como
protectores de herejes, motivo por el que la defensa no era completa ni eficaz.
Tras responder a los cargos, tenía lugar la llamada consulta de fe, concluyendo el juicio o si no existía satisfacción,
se recurría a la tortura.
La última fase era el pronunciamiento, que si leve se hacía en
el mismo palacio de la Inquisición y si grave se reservaba para una ceremonia
pública o auto de fe.
La Inquisición española se hizo
odiosa por la crueldad de la cámara de tortura, a fin de forzar las confesiones
de la persona enjuiciada, que podía ser una niña de quince años o un viejo de
ochenta, tomando el escribano nota de cada uno de los pasos llevados a cabo
como de las declaraciones y llanto del reo. La tortura también fue empleada
sobre los testigos, siendo los más comunes para todos, el de la garrucha y el del agua. Tras la
observación del médico.
Las penas podían ser veniales:
ayunos, peregrinación a Santiago de Compostela y otros santuarios o ya el
exilio, latigazos, flagelación, envío a galeras o, por último, la hoguera, en
los casos extremos, también un período de cárcel o a perpetuidad.
El compareciente ante un auto de fe tenía que llevar un hábito especial,
conocido como sambenito, proveniente de los primeros días de la Inquisición
medieval en Narbona (1229) y Béziers (1233). En tiempos de Torquemada el
sambenito era negro, con espeluznantes dibujos de llamas, demonios empujando al
impío hacia el infierno. También los hubo de color amarillo, con la cruz de San
Andrés roja bordada en la espalda y en el pecho. La condena podía consistir
también en llevar durante un tiempo ese sambenito, exponiendo a la víctima al
escarnio público, la pérdida de su clientela y el bien nombre de su familia.
Estos sambenitos fueron colgados en
las iglesias para perpetuar la memoria que había incurrido el que lo llevó.
Antes de entregar al reo al brazo
secular, para ejecutar la sentencia, el inquisidor trataba de exhortar al culpable
de obtener el perdón y reconducir sus acciones. Tal caso de la entrega de la
Inquisición al brazo secular se llamaba relajación,
aunque las autoridades seculares tenían que aceptar el veredicto y llevar a
cabo el castigo.
Los autos de fe solían celebrarse
con ocasión de alguna festividad, como muestra del gran poder de la Inquisición
y rodeados de una enorme pompa y ceremonial. Los condenados iban ataviados con
el sambenito, desfilaban también los
alabarderos, la cruz de la iglesia parroquial cubierta de negro, penitentes, de
nuevo alabarderos, familares, efigies en alto de los herejes muertos, escapados
o que no habían logrado apresar, que srían quemadas, oficiales seculares,
familiares de éstos, el estandarte de la Inquisición con su cruz verde sobre
fondo negro, adornada con una rama de olivo verde a la derecha, símbolo del
perdón, y a la izquierda, desenvainada, la espada de la justicia, finalmente,
iban los propios inquisidores. Solían ser muy caros y terminaron por celebrarse
en el interior de una iglesia.
La creación de la Inquisición
española por parte de Fernando e Isabel contó con tres factores decisivos:
determinación de lograr la uniformidad religiosa en España, fracaso de la
política de conversiones forzadas y el miedo a la contaminación, por la
perversión de los falsos cristianos, de la cristiandad.
En Granada, a los moriscos se les
prometió que se librarían de la Inquisición durante cuarenta años, tiempo que
creyeron necesario para la asimilación religiosa, que no existió, salvo en
algunas élites musulmanas, que se terminó incumpliendo.
Con la visita a Granada de Carlos
V, en 1526, las numerosas quejas de malos tratos a sacerdotes y funcionarios,
dio lugar a que Manrique fijara un tribunal en Granada, además de otorgar
amnistía por los delitos pasados y un tiempo de gracia para aceptar confesiones
voluntarias y el bautismo de los moros, tras lo cual se cumplirían a rajatabla
las leyes de herejía.
Mientras en Granada existió ese
paréntesis, no así en Castilla y muchas otras partes de España, donde los
moriscos fueron obligados a no abstenerse de beber vino, comer carne de cerdo,
como excluir de sus hábitos la costumbres moras.
En 1526, en Granada se exigió un
abandono a los moriscos como ya tenía lugar en el resto de España, pero la
orden fue suspendida, aunque en 1529 se celebró el primer auto de fe, siendo sentenciados tres moriscos por orden de la
Inquisicón recién implantada en la ciudad de la Alhambra.
Hasta Felipe II, los moriscos de
Granada no sufrieron grandes tribulaciones, hasta que los ataques realizados
por los piratas de Berbería a barcos y ciudades costeras españolas, y el miedo
natural como hermanos del norte de Africa, y con el Inquisidor Deza, se llevó a
cabo una mayor represión, que dio lugar a la rebelión de los moriscos en 1568,
la llegada de Don Juan de Austria para combatirlos y que terminaran siendo
diseminados entre cristianos viejos lejos de Granada.
Ya con Carlos V y en razón de las
Germanías, 1520-22, en Valencia los moriscos fueron obligados a bautizarse y a
ser prohibida su presencia en todo el reino de Aragón.
Se considera el año 1615 cuando
se completó la total deportación de moriscos, privando al país de sus
trabajadores más hábiles, laboriosos y disciplinados, además de demostrar la
incompatibilidad de la cristiandad española con cualquiera de sus desviaciones.
En el caso de los mal llamados marranos o conversos de los judíos, la
hostilidad contra ellos siempre estuvo presente por parte de los viejos
cristianos, por lo que fueron diseminados y perseguidos si reincidían en su
judaísmo. El odio y la credulidad ocasionaron, en 1506, que la muchedumbre de
Lisboa perpetrara una horrible matanza entre los judíos allí residentes, donde
perecieron 2.000 personas.
En 1604 los judíos lograron un
trato con Felipe III, a cambio de importantes sumas, por lo que muchos judíos
de Portugal fijaron su residencia en Castilla.
En Mallorca, años 1678 a 1691, el
tribunal de la isla, que apenas ejercía desde hacía 150 años, creyó descubrir
en las afueras de Palma, una congregación de judíos, por lo que se llevaron a
cabo numerosas confiscaciones de bienes y 37 judíos condenados, tres quemados
vivos y los restantes estrangulados.
El capítulo de la Inquisición
española sobre la persecución de protestantes es breve y de importancia
relativamente breve. Mientras que los judíos sufrieron la intolerancia durante
más de tres siglos, y muchos miles víctimas, solo unos cuarenta años pudo durar
la represión de luteranos y tan solo fueron víctimas un centenar de adeptos
aprehendidos por la Inquisición.
Ya Adriano de Utrecht, entonces
Inquisidor General, en abril de 1521, ordenó el decomiso de libros luteranos.
También se dio el caso Erasmo de ser
combatido por monjes y frailes como de merecer la admiración de Adriano Y
Fonseca, Arzobispo de Toledo, sobre todo tras su libro Elogio de la locura.
El protestantismo en España, la
otra causa de herejía, se concentró en
Sevilla y Valladolid. Francisco de Enzinas, natural de Burgos, que sufrió el
brasero, como Juan Gil, conocido como Egidio, designado Obispo por Carlos V,
sufrieron como adeptos al protestantismo, también Constantino Ponce de la
Fuente, a quien se le encontraron libros de Calvino. También existieron otros
casos y autos de fe, pero solo estuvo presente en España en el siglo XVI,
apareciendo el luteranismo cuando el
peligro de moros y marranos había sido extirpado y fueron objeto de una enorme
hostilidad por parte de los ciudadanos, recibiendo un apoyo leal y entusiasta a
través de todas las clases sociales españolas.
Los místicos también fueron
objeto de la atención de la Inquisición, tanto por sus manifestaciones, vida y
sermones como por sus obras, tal es el caso de Fray Luis de Granada, , en su
Guía de pecadores, Juan de la Cruz, Juan de Ávila y la misma santa Teresa de
Jesús, por su obra Conceptos del Amor Divino. También fueron sospechosos de
errores místicos los jesuitas.
El misticismo del siglo XVI
cooperó con su aparición en la Contrarreforma y dio grandes nombres a la
Iglesia en su reacción emocional contra la rigidez de los cánones del
catolicismo, tales fueron Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Fray Luis de
Granada, en España; Molinos en Italia; madame Guyon y Fénelon, en Francia.
Cuentan con el Greco como el pintor que mejor supo representar estos momentos
de exaltación, aunque a veces hubo movimientos insanos, de indecencia e
inmoralidad, también de erotismo y perversidad, que la Inquisición trató de
perseguir.
Actividades diversas fueron las
de la Inquisición, tales como la censura
de libros, la creación de un Indice de prohibidos u obliterados, también de la
entrada por puertos y fronteras de nuevas ideas, como la francmasonería o el
jansenismo, aunque la Congregación Romana prohibió las obras de Galileo, no así
la Inquisición española, tampoco a Averroes, Ramón Lull, Ficino, Copérnico,
Descartes, Hobbes, Newton, Leibniz y Spinosa, además de perseguir la bigamia,
la blasfemia y el “reniego de Dios”. La persecución de la brujería y la
adivinación fueron otras de las actividades perseguidas por la Inquisición.
No será hasta el reinado de
Isabel II, en la Constitución del 6 de junio de 1869 que desaparezca
definitivamente de España la Inquisición, que desde la llegada al poder de los
Borbones, su fuerza y presencia fue decreciendo y su decadencia continua, no
sin antes haber hecho presencia en Las Canarias, como también en las demás
posesiones del imperio español, en cuyas demarcaciones los obispos sí tuvieron
una mayor presencia que en la metrópoli y sus causas y persecuciones ya sólo se
centraban en casos de deísmo, brujería, bigamia, blasfemia e incumplimiento
manifiesto y contundente de la ortodoxia o catequesis católica, como también en
la condena y persecución de los piratas ingleses apresados.
En esa labor de zapa para la
destrucción de la Inquisición, las Cortes de Cádiz, el mismo Napoleón en 1812,
los liberales españoles y las nuevas corrientes del pensamiento humano tras la
Revolución, con sus vaivenes, terminaron con echar abajo tan odioso tribunal.
Como conclusión y sin la
comparación mental de la época de quien esto firma o de la misma de la
publicación por parte del brillante autor británico, la constatación es que si
la Inquisición logró imponer una unidad religiosa en España, incluso evitar los
enfrentamientos que por causas religiosas en otros lugares de Europa tuvieron
lugar, sin embargo, la leyenda negra que mostraron los ingleses que huyeron de
las cárceles de las islas Canarias y las mismas Indias españolas, mostraron una enorme crueldad en la
penitencia que exigían a los culpables y relapsos de herejía, como también el
exilio de judíos y moriscos, no tanto los protestantes y francmasones,
originaron un enorme daño en la economía española. Que en Francia
,Inglaterra, incluso en la misma
Ginebra calvinista, donde sería quemado Servet en la hoguera, se dieron casos
extremos de intolerancia religiosa es una obviedad, sin embargo, será la
Inquisición española, por su perseverancia, la tortura empleada y el modo
teatral en que se llevaba a cabo la condena, quien sea objeto de la mayor
repulsa.