jueves, 18 de septiembre de 2025

LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA, SEGÚN EL BREVIARIO DE A.S. TURBERVILLE.

 


           LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA, SEGÚN A.S. TURBERVILLE

Siempre se ha dicho, malintencionadamente, como es propio a enemigos, que España ha sido siempre un país intolerante, hecho este falso, cuando se demuestra que ese mismo problema ya se daba en esos  países que alzaron una crítica mendaz, particularmente centrada en la Inquisición.

Y es el Papa Gregorio IX, en el año 1233, quien señala el origen de la Inquisición, confiando a los monjes dominicos la lucha contra la herejía, razón de una inquina contra los críticos al cristianismo o, más precisamente, a los postulados católicos.

La herejía, en la Edad Media, estaba presente en Lombardía, Sicilia, Alemania y Francia, por lo que ante la deficiente defensa hecha por los Obispos, el Papa nombra a estos frailes Inquisidores y crea un tribunal para sancionar las faltas, llamado Santo Oficio, siendo el Inquisidor el juez, además de investigador y policía.

Ya en el edicto de Verona (1184) se ordena a los Obispos que hagan visitas periódicas a las parroquias tildadas de herejía y que los mismos vecinos den los nombres susceptible de culpa.

En Narbona, en 1227, se perfecciona estas delaciones con la diffamatio, las testas sinodales (testigos sinodales), la inquisitio generalis y inquisitio specialis, todo ello herramientas legales para la persecución y justificación legal de esa conducta inquisitorial.

Por tanto, la Inquisición medieval fue esencialmente una institución ideada por el Papado y dominada por él, aunque en Francia contó con el respaldo de la Corona.

En tiempos del Calvinismo, es la misma Universidad de París quien emprende esa represión de la herejía, mientras decrece la influencia de la misma Inquisición en el país, con la inestimable ayuda de una Cámara especial, conocida como Chambre Ardante.

La Inquisición dio algunos pasos en Hungría, Bohemia, Polonia y nunca en Escandinavia. En Inglaterra, comisionados especiales del Papa, de acuerdo con la autoridad episcopal del país, año 1309, están presentes contra los Templarios ingleses, que habían adoptado creencias herejes en su orden.

Cierto es que cuando Fernando e Isabel impulsan en España la Inquisición, tras la conquista de Granada, en el resto de Europa está moribunda, aunque en Italia tiene su renacimiento.

Por mor de la invasión sarracena de la península ibérica, en el siglo VIII, quedaba exenta de esa Inquisición,  presente en países vecinos, aunque con el avance y reconquista cristiana, como con la finalidad de frenar la inmigración de los herejes cátaros del Languedoc, tanto Jaime I y Pedro II de Aragón, ya habían publicado severos tratados contra la herejía, allá por 1226. También había sido conminado el arzobispo de Tarragona por el Papa Gregorio IX, a la búsqueda y castigo de los herejes presentes en su diócesis, a través de la bula Declinante, bajo la influencia del español Raimundo de Peñafort, el más grande dominico de su época y más influyente sobre el Papa.

Los franciscanos prestarán ayuda a los dominicos, que se ven desbordados, en 1237.

Se sabe que los españoles inquisidores más influyentes de esa época fueron: Nicolás Rosselli  y Nicolás Eymeric, éste gran enemigo personal y en sus obras, de Ramón Lull.

Cuando los RRCC fundan la Inquisición, en Aragón era poco fuerte y en Castilla no existía, por lo que su implantación tuvo un propósito de organización y unificación política.

En los siglos XII y XIII, los monarcas hispanos ansiaban asimilar la cultura musulmana y judía, orgullosos de Avenpace y Maimónides, especialmente los reyes Alfonso VI y Alfonso X, también el arzobispo Raimundo de Toledo, por lo que en España no existía ninguna intolerancia religiosa, bien al contrario.

Sin embargo, en el siglo XIV el clima social cambia y la cercanía de los judíos a los poderosos, como la gran masa mora en el sur y este de España, los hace ser impopulares.

En los concilios eclesiásticos de Zamora (1313) y Valladolid (1322) se prohíbe el intercambio de cristianos con moros y judíos, forzándoles a que vivan en barrios especiales, en los burgos, llamados morerías y juderías, donde pronto los cristianos llevarán a cabo matanzas de judíos: Córdoba, Toledo, Burgos, Mallorca.

Forzados a convertirse en 1391, sobre todo por el esfuerzo proselitista de San Vicente Ferrer, nacen los Conversos, hostiles siempre y que originaron, por envidia y las llamadas limpiezas de sangre, arduas luchas en Toledo, Ciudad Real y Córdoba en 1473.

Con la Toma de Granada por los RRCC, depositan la confianza en Hernando de Talavera, Obispo de Ávila y confesor de la Reina, para cumplir con los acuerdos firmados con Boabdil y la misión de la conversión paulatina y pacífica de los moros, a lo que se opondrá el arzobispo de Toledo, Francisco Jiménez Cisneros, siempre crítico y dispuesto a forzar la máquina de la rápida conversión, razón de los disturbios en Granada en 1501.

El 30 de marzo de 1492, ni los esfuerzos de Isaac Abravanel, amigo de los reyes, fueron nulos y daba comienzo a la expulsión de los judíos, que en número de 500.000 a 800.000, según quien escriba sobre ello, empezaban su exilio, con el contento de un converso como Torquemada.

Los conversos que quedaron y que fueron bautizados y renegaron de su pasado religioso, serían objeto de vigilancia y de que el mismo Concilio de Basilea exhortará a los obispos a ser más vigilantes, de manera a descubrir a los hipócritas y falsos conversos.

Cierto es que la Inquisición española, en su máximo esplendor, fue eficiente para sus propósitos, con un poderío extraordinario fruto del apoyo real y la buena organización, que además les permitió la centralización administrativa por medio de cuatro Consejos: Estado, Finanzas, castilla y Aragón, a lo que se añadió, con la pertinente autorización de Sito IV, el Consejo de la Inquisición o Supremo.

La vigilancia central se ejerció por el Inquisidor general, primeramente ocupado por Torquemada y al que le seguirían: Diego Deza, Jiménez, Adriano de Utrecht (más tarde Papa como Adriano VI), Alfonso Manrique y Fernando Valdés.

Hubo inquisidores generales, caso de Torquemada, un verdadero déspota, que para nada tuvieron en cuenta al Supremo, también Valdés. Otros dos autócratas fueron Diego de Arce y Reinoso, desde 1643 a 1665.

Durante el reinado del desgraciado Carlos II, los choques entre el Inquisidor general y el Supremo fueron constantes.

El Supremo trató siempre de aumentar su autoridad y en los siglos XVI y XVII fue una poderosa oligarquía, estando su influencia por encima de los tribunales locales, exigiendo en 1647 que todas las sentencias le fueran sometidas para su aprobación, fomentando también la lenidad. También se ocupaba de los asuntos financieros y manejaba gran cantidad de dinero en ingresos y gastos.

Tras el Inquisidor general y el Consejo estaban la Monarquía española y el Papado. Fernando fue quien le dio su verdadero distintivo nacional, nombrando personalmente al Inquisidor general, prestando atención a sus finanzas y teniendo comunicación directa con los mismos tribunales.

Entre el Papado y los monarcas españoles, por causas de la Inquisición española, existieron numerosas fricciones, unas decantadas a favor del Papado y otras al revés, por causa de las apelaciones, siendo las dos más sonadas la del Arzobispo de Toledo, Carranza, procesado por herejía, y la de Gerónimo Villanueva, Marqués de Villalba.

La eficacia de cada tribunal dependía de sus oficiales principales, al principio de poca categoría y pocos, con el tiempo mejor preparados y numerosos. Los Inquisidores eran principalmente frailes  dominicos, doctos en teología y derecho, mayores de cuarenta años, después se rebajaría a treinta.

Junto al Inquisidor solía estar el Obispo, también un asesor jurídico y un Fiscal o acusador, también asistían los escribanos o secretarios, quienes tomaban buena nota y cuidaban los archivos. También fueron empleados el alguacil, encargado de la detención de los acusados y de apoderarse de sus bienes y el alcaide o carcelero; el portero, que entregaba los avisos y el médico, para el examen de los presos antes y después de la tortura. Solía asistir un capellán para celebrar la misa de los Inquisidores, mientras a los preseos les era negado el sacramento. También solía ser empleado el barbero y el receptor de confiscaciones.

Ninguna de las personas al servicio de la Inquisición podía portar mala sangre, es decir no tener demostrado que eran cristianos viejos en su familia y antepasados.

Además de por las confiscaciones e imposición de sanciones y embargos, la Inquisición empezó a cobrar también una gabela por la expedición de certificados de limpieza, siempre necesario si se iba a trabajar para la Corona. También solían contar con privilegios en sus desplazamientos y en las posadas.

El proceso inquisitorial y las penas empezaban por un tiempo de gracia, oportunidad para que la persona delatada o bajo los más espantosos anatemas se declarara culpable, según rumores públicos, delaciones, diffamatio de un grupo de vecinos , sospechas o escritos, otorgando a los calificadores la instrucción del sumario y opinión acerca de si la persecución estaba justificada o no, por judaísmo, conversión al mahometanismo, bigamia, etc.

Como medida de seguridad el Fiscal podía ordenar la detención del reo, que podía tener lugar de madrugada, siendo conducido a una cárcel secreta de la Inquisición, sin por ello poder saber quién le denunciaba, ni el delito por el que se le acusa. Caso de que el delito fuera grave, de inmediato se procedía a confiscar sus bienes. El aguacil y un escribano llevaban a cabo la detención, levantando acta de los bienes del detenido.

La prisión, en espera de juicio, era más severa que la casa de penitencia, además de insalubres calabozos.

Tras los interrogatorios preliminares, el Fiscal presentaba las pruebas formalmente y pedía su ratificación, siendo también los testigos interrogados por un Inquisidor o el escribano. Se le permitía un defensor, que nunca existió en la Inquisición medieval, aunque éstos mismos estaban expuestos a ser perseguidos como protectores de herejes, motivo por el que la defensa no era completa ni eficaz. Tras responder a los cargos, tenía lugar la llamada consulta de fe, concluyendo el juicio o si no existía satisfacción, se recurría a la tortura.

La última fase era el pronunciamiento, que si leve se hacía en el mismo palacio de la Inquisición y si grave se reservaba para una ceremonia pública o auto de fe.

La Inquisición española se hizo odiosa por la crueldad de la cámara de tortura, a fin de forzar las confesiones de la persona enjuiciada, que podía ser una niña de quince años o un viejo de ochenta, tomando el escribano nota de cada uno de los pasos llevados a cabo como de las declaraciones y llanto del reo. La tortura también fue empleada sobre los testigos, siendo los más comunes para todos,  el de la garrucha y el del agua. Tras la observación del médico.

Las penas podían ser veniales: ayunos, peregrinación a Santiago de Compostela y otros santuarios o ya el exilio, latigazos, flagelación, envío a galeras o, por último, la hoguera, en los casos extremos, también un período de cárcel o a perpetuidad.

El compareciente ante un auto de fe tenía que llevar un hábito especial, conocido como sambenito, proveniente de los primeros días de la Inquisición medieval en Narbona (1229) y Béziers (1233). En tiempos de Torquemada el sambenito era negro, con espeluznantes dibujos de llamas, demonios empujando al impío hacia el infierno. También los hubo de color amarillo, con la cruz de San Andrés roja bordada en la espalda y en el pecho. La condena podía consistir también en llevar durante un tiempo ese sambenito, exponiendo a la víctima al escarnio público, la pérdida de su clientela y el bien nombre de su familia. Estos sambenitos fueron colgados en las iglesias para perpetuar la memoria que había incurrido el que lo llevó.

Antes de entregar al reo al brazo secular, para ejecutar la sentencia, el inquisidor trataba de exhortar al culpable de obtener el perdón y reconducir sus acciones. Tal caso de la entrega de la Inquisición al brazo secular se llamaba relajación, aunque las autoridades seculares tenían que aceptar el veredicto y llevar a cabo el castigo.

Los autos de fe solían celebrarse con ocasión de alguna festividad, como muestra del gran poder de la Inquisición y rodeados de una enorme pompa y ceremonial. Los condenados iban ataviados con el sambenito, desfilaban también los alabarderos, la cruz de la iglesia parroquial cubierta de negro, penitentes, de nuevo alabarderos, familares, efigies en alto de los herejes muertos, escapados o que no habían logrado apresar, que srían quemadas, oficiales seculares, familiares de éstos, el estandarte de la Inquisición con su cruz verde sobre fondo negro, adornada con una rama de olivo verde a la derecha, símbolo del perdón, y a la izquierda, desenvainada, la espada de la justicia, finalmente, iban los propios inquisidores. Solían ser muy caros y terminaron por celebrarse en el interior de una iglesia.

La creación de la Inquisición española por parte de Fernando e Isabel contó con tres factores decisivos: determinación de lograr la uniformidad religiosa en España, fracaso de la política de conversiones forzadas y el miedo a la contaminación, por la perversión de los falsos cristianos, de la cristiandad.

En Granada, a los moriscos se les prometió que se librarían de la Inquisición durante cuarenta años, tiempo que creyeron necesario para la asimilación religiosa, que no existió, salvo en algunas élites musulmanas, que se terminó incumpliendo.

Con la visita a Granada de Carlos V, en 1526, las numerosas quejas de malos tratos a sacerdotes y funcionarios, dio lugar a que Manrique fijara un tribunal en Granada, además de otorgar amnistía por los delitos pasados y un tiempo de gracia para aceptar confesiones voluntarias y el bautismo de los moros, tras lo cual se cumplirían a rajatabla las leyes de herejía.

Mientras en Granada existió ese paréntesis, no así en Castilla y muchas otras partes de España, donde los moriscos fueron obligados a no abstenerse de beber vino, comer carne de cerdo, como excluir de sus hábitos la costumbres moras.

En 1526, en Granada se exigió un abandono a los moriscos como ya tenía lugar en el resto de España, pero la orden fue suspendida, aunque en 1529 se celebró el primer auto de fe, siendo sentenciados tres moriscos por orden de la Inquisicón recién implantada en la ciudad de la Alhambra.

Hasta Felipe II, los moriscos de Granada no sufrieron grandes tribulaciones, hasta que los ataques realizados por los piratas de Berbería a barcos y ciudades costeras españolas, y el miedo natural como hermanos del norte de Africa, y con el Inquisidor Deza, se llevó a cabo una mayor represión, que dio lugar a la rebelión de los moriscos en 1568, la llegada de Don Juan de Austria para combatirlos y que terminaran siendo diseminados entre cristianos viejos lejos de Granada.

Ya con Carlos V y en razón de las Germanías, 1520-22, en Valencia los moriscos fueron obligados a bautizarse y a ser prohibida su presencia en todo el reino de Aragón.

Se considera el año 1615 cuando se completó la total deportación de moriscos, privando al país de sus trabajadores más hábiles, laboriosos y disciplinados, además de demostrar la incompatibilidad de la cristiandad española con cualquiera de sus desviaciones.

En el caso de los mal llamados marranos o conversos de los judíos, la hostilidad contra ellos siempre estuvo presente por parte de los viejos cristianos, por lo que fueron diseminados y perseguidos si reincidían en su judaísmo. El odio y la credulidad ocasionaron, en 1506, que la muchedumbre de Lisboa perpetrara una horrible matanza entre los judíos allí residentes, donde perecieron 2.000 personas.

En 1604 los judíos lograron un trato con Felipe III, a cambio de importantes sumas, por lo que muchos judíos de Portugal fijaron su residencia en Castilla.

En Mallorca, años 1678 a 1691, el tribunal de la isla, que apenas ejercía desde hacía 150 años, creyó descubrir en las afueras de Palma, una congregación de judíos, por lo que se llevaron a cabo numerosas confiscaciones de bienes y 37 judíos condenados, tres quemados vivos y los restantes estrangulados.

El capítulo de la Inquisición española sobre la persecución de protestantes es breve y de importancia relativamente breve. Mientras que los judíos sufrieron la intolerancia durante más de tres siglos, y muchos miles víctimas, solo unos cuarenta años pudo durar la represión de luteranos y tan solo fueron víctimas un centenar de adeptos aprehendidos por la Inquisición.

Ya Adriano de Utrecht, entonces Inquisidor General, en abril de 1521, ordenó el decomiso de libros luteranos. También se dio el caso  Erasmo de ser combatido por monjes y frailes como de merecer la admiración de Adriano Y Fonseca, Arzobispo de Toledo, sobre todo tras su libro Elogio de la locura.

El protestantismo en España, la otra causa de herejía,  se concentró en Sevilla y Valladolid. Francisco de Enzinas, natural de Burgos, que sufrió el brasero, como Juan Gil, conocido como Egidio, designado Obispo por Carlos V, sufrieron como adeptos al protestantismo, también Constantino Ponce de la Fuente, a quien se le encontraron libros de Calvino. También existieron otros casos y autos de fe, pero solo estuvo presente en España en el siglo XVI, apareciendo el luteranismo   cuando el peligro de moros y marranos había sido extirpado y fueron objeto de una enorme hostilidad por parte de los ciudadanos, recibiendo un apoyo leal y entusiasta a través de todas las clases sociales españolas.

Los místicos también fueron objeto de la atención de la Inquisición, tanto por sus manifestaciones, vida y sermones como por sus obras, tal es el caso de Fray Luis de Granada, , en su Guía de pecadores, Juan de la Cruz, Juan de Ávila y la misma santa Teresa de Jesús, por su obra Conceptos del Amor Divino. También fueron sospechosos de errores místicos los jesuitas.

El misticismo del siglo XVI cooperó con su aparición en la Contrarreforma y dio grandes nombres a la Iglesia en su reacción emocional contra la rigidez de los cánones del catolicismo, tales fueron Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Fray Luis de Granada, en España; Molinos en Italia; madame Guyon y Fénelon, en Francia. Cuentan con el Greco como el pintor que mejor supo representar estos momentos de exaltación, aunque a veces hubo movimientos insanos, de indecencia e inmoralidad, también de erotismo y perversidad, que la Inquisición trató de perseguir.

Actividades diversas fueron las de la Inquisición,  tales como la censura de libros, la creación de un Indice de prohibidos u obliterados, también de la entrada por puertos y fronteras de nuevas ideas, como la francmasonería o el jansenismo, aunque la Congregación Romana prohibió las obras de Galileo, no así la Inquisición española, tampoco a Averroes, Ramón Lull, Ficino, Copérnico, Descartes, Hobbes, Newton, Leibniz y Spinosa, además de perseguir la bigamia, la blasfemia y el “reniego de Dios”. La persecución de la brujería y la adivinación fueron otras de las actividades perseguidas por la Inquisición.

No será hasta el reinado de Isabel II, en la Constitución del 6 de junio de 1869 que desaparezca definitivamente de España la Inquisición, que desde la llegada al poder de los Borbones, su fuerza y presencia fue decreciendo y su decadencia continua, no sin antes haber hecho presencia en Las Canarias, como también en las demás posesiones del imperio español, en cuyas demarcaciones los obispos sí tuvieron una mayor presencia que en la metrópoli y sus causas y persecuciones ya sólo se centraban en casos de deísmo, brujería, bigamia, blasfemia e incumplimiento manifiesto y contundente de la ortodoxia o catequesis católica, como también en la condena y persecución de los piratas ingleses apresados.

En esa labor de zapa para la destrucción de la Inquisición, las Cortes de Cádiz, el mismo Napoleón en 1812, los liberales españoles y las nuevas corrientes del pensamiento humano tras la Revolución, con sus vaivenes, terminaron con echar abajo tan odioso tribunal.

Como conclusión y sin la comparación mental de la época de quien esto firma o de la misma de la publicación por parte del brillante autor británico, la constatación es que si la Inquisición logró imponer una unidad religiosa en España, incluso evitar los enfrentamientos que por causas religiosas en otros lugares de Europa tuvieron lugar, sin embargo, la leyenda negra que mostraron los ingleses que huyeron de las cárceles de las islas Canarias y las mismas Indias españolas,  mostraron una enorme crueldad en la penitencia que exigían a los culpables y relapsos de herejía, como también el exilio de judíos y moriscos, no tanto los protestantes y francmasones, originaron un enorme daño en la economía española. Que en Francia ,Inglaterra,   incluso en la misma Ginebra calvinista, donde sería quemado Servet en la hoguera, se dieron casos extremos de intolerancia religiosa es una obviedad, sin embargo, será la Inquisición española, por su perseverancia, la tortura empleada y el modo teatral en que se llevaba a cabo la condena, quien sea objeto de la mayor repulsa.

 

 

 

martes, 16 de septiembre de 2025

LAS AFUERAS, DE LUIS GOYTISOLO. De como la ciudad absorbe "las afueras" y a sus pobladores.

 


LAS AFUERAS, DE LUIS GOYTISOLO

Luminosa, sentimental y de enorme componente social, Las afueras es una obra del escritor barcelonés Luis Goytisolo, nacido junto a unos hermanos amantes también del arte y la literatura, que nos irá describiendo en los diferentes capítulos de su narrativa, la vida de la burguesía catalana, como la del campesino, también del anodino discurrir de los días en los pueblos del extrarradio de Barcelona, constatando el paulatino crecimiento de la ciudad, el deterioro del campo y de la vida apacible, aunque pobre, de los lugareños, como de esos inmigrantes murcianos que tratan de abrirse camino en una sociedad que apenas se quiere acordar de la guerra civil.

Su narración y las descripciones que el autor hace de los habitantes de esa comarca próxima a la gran ciudad, como la precisa descripción de la geografía y naturaleza de esos lugares, son suaves, descritas sobre una seda de palabras y como el lento discurrir de las mismas nubes que alguno de sus protagonistas acostumbran a ver pasar tendidos de espaldas, al lado del cobertizo.

Enumeración puntual de personas, hechos y decorado, con una languidez de la palabra que invita al lector a pasar página sin sobresaltos, aunque algunos hechos y personajes sufran, narrado todo como si la melodía fuera siempre la misma, envuelta en una cadencia lenta, atrapada en suaves vapores de cendal.

Los distintos personajes que deambulan por las páginas del libro son sólo un instrumento más en esa harmonía que resulta de ir haciendo que el lector vea lo que su autor nos va desgranando paulatinamente, sin grandes sobresaltos y con un tremolar de palabras que se encadenan, seducen y nos muestran el cuadro de un tiempo y una vida que se deshace como un azucarillo, sin lamento y sin murmullos, ligeramente.

Autor que nunca antes había leído y cuya magia, por el brillante empleo de la palabra y del castellano, como de su gran capacidad de observación, me hacen admirar a escritores, quizás escasamente promocionados en el mundo de las letras, pero con un bagaje literario y de foco social tierno y evocador, como es el caso de este académico de la Lengua española, don Luis Goytisolo.

 


                                      MIS PASEOS POR GRANADA

CAPÍTULO SEGUNDO:       LA REJA DE LA CAPILLA REAL

Las guías turísticas de la Capilla Real, como los libros que sobre ella se han escrito, ya nos tienen de sobra documentados sobre su iconografía, su autor Bartolomé de Jaén, y la magnificencia del hierro forjado, a modo de retablo y de corte plateresco, repleta de grutescos, elementos vegetales, medallones con bustos y figuritas desnudas, rematado todo con la Pasión de Cristo y, en su centro, el escudo de los Reyes Católicos, con la heráldica en su seno de las posesiones más destacadas.

Pero lo que de verdad me ha llamado la atención, como curioso transeúnte de esta Granada y en este lugar de reposo para nuestros Reyes y sus hijos y nieto, de esta cancela, que diría un granaíno, no es tanto la harmonía y la insuperable belleza de todo el conjunto tallado sobre el metal, sino el propio escudo y, de ese escudo, los dos leones que lo custodian en su base, que, sin recato alguno por parte de la Iglesia o de quienes tuvieran que revisar este encargo, ostentan una bien medida verga, un cipote que diría Camilo José Cela, y eso que el animal se encuentra de guardia.

Por ello, honremos a quienes no fueron remilgados a la hora de que la naturaleza y el arte impusiera su criterio en esta obra, cuando desde tiempo inmemorial, sabido es que la Iglesia y su feligresía más pazguata nunca han visto bien este celo de mostrar desnudos y adminículos para diversos menesteres animales, en esta obra claramente cincelado en el lugar que corresponde al fiero león que custodia el grandioso escudo y su águila, presente en la Capilla Real de Granada.

 


                                   MIS PASEOS POR GRANADA

CAPÍTULO PRIMERO:          LAS MONJAS INMIGRANTES

Cuentan los anales de la historia de Granada que pronto, tras las capitulaciones de los moros, la Iglesia católica envió a sus más destacados representantes a cristianizar los habitantes de la nueva y última conquista peninsular, entre ellos los monjes y las monjas fueron los más numerosos heraldos de esta nueva dicha que se pretendía implantar pronto entre los antiguos pobladores granadinos, razón por la que se empezaran a ocupar espacios antes propiedad de las élites mahometanas o que se alzaran nuevos edificios para albergar a esta ingente masa de tonsurados, legos y afectos a la causa católica en todo su proselitismo, hombres y mujeres, que como una oleada desembarcaban en la ciudad de la Alhambra.

Los vaivenes de la sociedad española y de los siglos han visto cómo ese discurrir de las ordenes monacales alcanzaba su apogeo y, también ya en el siglo XX y sobre todo en este XXI, la decadencia y el abandono de numerosos conventos, ayer muy poblados y ahora casi abandonados, con gran deterioro y abandono de su enorme riqueza y vestigio de un pasado esplendoroso.


Uno de estos casos que ahora traigo a la palestra es el Monasterio Cisterciense de San Bernardo, a orillas del río Darro,  frontero de las mismas murallas de la fortaleza implantada sobre la Sabika, como vecino de la singular iglesia de San Pedro y San Pablo, que conserva una capilla sin grandes alardes arquitectónicos, ni pictóricos, ni escultóricos, pero en su sacristía, como en sus patios y en el rumor del agua de sus dos fuentes, como  en sus patios, guarda el susurro de las monjas y la memoria de la clausura que allí tuvieron.

Y cuando este humilde imitador del Curioso Parlante, Mesonero Romanos,  que transitara por las calles de su Madrid, quisiera seguir el ejemplo sobre el adoquinado de Granada, se topa de repente, a la vera de la plaza Birrambla, con cuatro monjas, sonrientes, pero acaloradas que, como chiquillas degustan un helado de uno de los establecimientos callejeros cercanos, no lejos de Pescadería, y en el tráfago de la concurrida marea de turistas y visitantes que, todavía por septiembre, acuden a conocer Granada.

Las cuatro monjitas, de mediana edad, rollizas, con su largo vestido negro, amplio y sencillo, y un tocado blanco que bordea el rostro, cuyos cabellos también se ocultan tras el blanco y el negro del ropaje, tienen aire mezcla de razas lejanas o amerindias, alegres en su mirar y sencillo posado ante la cámara que las retrata, son, posiblemente hoy, la esperanza para que la ruina de aquellos ilustres conventos no caigan en manos de los especuladores, banqueros y tiburones financieros, que en Granada han sabido sacar provecho, aunque sea con la destrucción y el daño a la memoria colectiva y el patrimonio de los hijos de Granada.


Reemplazan a aquellas otras hermanas que nos llegaban desde Navarra, Guipúzcoa o la mismas provincias de Burgos y León, nada agraciadas, con adusto semblante y fétido olor bucal, que solo remediaban las pocas de origen andaluz, sonrientes, simpáticas y zalameras con los niños y los abuelos, que acostumbraban a ser empleadas entre fogones, ya que las venidas del norte, de recio cuerpo y mucho malaje gustaban  de emplear para catequizar, mostrar sus peores maneras y con el rosario a cuestas, o las llaves, según fuera el cargo, ir de un lóbrego pasillo a otro, sembrando el terror. Alguna vasconavarra conocimos en las Siervas de María, de la placeta de la Encarnación, como madre superiora, que bien hubiera merecido conocer la kale borroka de sus conterráneos del siglo XXI y no la simpatía y el respeto de la casa de Niños Luchando, donde no faltaban algunas beatas entre sus paredes y en aguantar a estas brujas. En hombres, abundaban también los venidos del Norte, sobre todo entre los jesuitas, siempre muy ortodoxos, engreídos, y tan feos y destartalados físicamente como las hermanas, amén de algo propicios a los caldos, dulces y los buenos cocidos con que a veces eran obsequiados por sus parroquianos.

Es pues hoy una silente emigración que alberga a las hijas de esos países donde la Cruz llegó siglos ha, portada posiblemente por nuestros mismos antepasados y que hoy cuentan con un techo, un albergue y el cuidado de nuestro propio pasado, aunque desearía que alguien pudiera imbuirles ese sentimiento de amor y admiración que sentimos algunos de los afortunados en haber nacido en Granada, y se puedan integrar custodiando y conservando ese rico patrimonio, que ahora a ellas les permite alimentarse y vivir dignamente, aunque sea lejos de sus familias y sus lejanas tierras de origen.

Pocos son ya los habitantes de esos conventos, quedan trece y el personal que en ellos reside cada día está más envejecido, por lo que, a buen seguro, los buitres del ladrillo, que ayer destruyeron los predios del Zaidín y parte de la vega de Granada, estarán al acecho, por lo que confiamos que esta nueva ola inmigratoria, al menos, logre que no caigan en ruinas los conventos de Granada y sus solares convertidos en hoteles.

 F.O.S.T

GRANADA SEPTIEMBRE 2025

jueves, 11 de septiembre de 2025

MISIÓN EN PARÍS, ARTURO PÉREZ-REVERTE FRENTE A LOS TRES MOSQUETEROS.

 


MISIÓN EN PARIS, LAS AVENTURAS DEL CAPITÁN ALATRISTE, DE ARTURO PÉREZ REVERTE.

Cuando te dicen que aquel viejo amigo, con quien tan buenos ratos habías pasado antaño, regresa, no lo dudas ni por un momento y acudes raudo a su encuentro, pues seguro que volverá a embaucarte con sus aventuras, tal es mi caso cuando supe que el académico don Arturo Pérez-Reverte había apelado a las musas para que le devolvieran la memoria del capitán Alatriste y, como no, de su casi hijo, Íñigo Balboa, en el nuevo libro titulado Misión en París, que el antiguo mochilero y ahora Correo de la corona española nos irá narrando los hechos que acontecieron en Francia, cuando reinaba Luis XIII, en el siglo XVII, junto al capitán Alatriste, el aragonés Copons y el cordobés Tronera, todos ellos eternos soldados de la infantería española, siempre victoriosa,  cuya sola presencia, ondeando la Cruz de San Andrés y el tañer del tambor, pusieron en fuga a los enemigos de la España imperial.

Solo que ahora se trataba de un golpe audaz que ellos cuatro tenían que dar y del que fueron informados a las puertas de la asediada Rochela, que consistiría en el secuestro del cardenal Richelieu, el hombre que lograría transformar  el reino cristianísimo de Francia en un poder absoluto, cuando ponía cerco a los hugonotes que se encerraban tras las sólidas murallas de la Rochela, auxiliada por las fuerzas del duque Buckingham, mister Jorge Villiers, antiguo conocido del mismo Alatriste.

Una vez más, en esa mezcla brillante de hechos históricos y de imaginativos eventos, Misión en París sigue la estela de las idas y venidas de su principal artífice, el ya mítico capitán Alatriste, casi siempre vapuleado, pero dando muestras de su arrojo, orgullo, valor y señorío español, donde también el empleo de vocablos un tanto periclitados: durandaina, antuviones, bardaje, jarifa, alcorza, gorja, verraco, lenzuelo, manflas, chacona, mojarra, piltra, broquel, bayosa, bravonel, quínola y partesana,  son fiel ejemplo de un lenguaje añejo, como corresponde a un autor que es académico de la Real Academia de la Lengua Española, y del ambiente en que está inmerso el libro, que además cuenta con bellísimas ilustraciones y, otra vez, la misma impresión que ya utilizara para las obras que le precedieron a ésta.

De cualquier manera, en esta obra su autor nos transmite la admiración que siente por los Tres Mosqueteros, que a no dudar, influyeron seguro en la creación de este capitán Alatriste en su día, con rasgos muy próximos a D’Artagnan, dando esta vez una mayor presencia a Athos, posiblemente la razón de esta obra, un guiño a esos personajes que en sus años mozos formaron parte de sus lecturas y fueron sembrando en su mente, entre otros hechos y vivencias,  la disposición necesaria para la posterior creación literaria y las aventuras del capitán Alatriste.

Homenaje pues a unas lecturas, a unos héroes españoles anónimos y a una época de grandeza española, hoy un tanto castrada por el mal uso hecho por los políticos “modernos” de esa España de los Habsburgo y/o del Imperio, que como en toda obra humana, tuvo sus sombras y su resplandeciente luz.

Pérez-Reverte, con ese gran dominio de la narrativa y la historia, cada vez que uno de sus libros aparece en el mercado, muestra el gran dominio que posee para los relatos y hace creernos, cual actual Ave fénix de los ingenios, lo prolífico que se ha vuelto y lo fácil que le resulta coger la pluma y escribir obras que, poco a poco, van siendo clásicos libros y, en muchos casos, obras de arte que pasarán a los anales de la literatura de los siglos XX y XXI.

 

sábado, 6 de septiembre de 2025

WHISPER NETWORK, BY CHANDLER BAKER

 


WHISPER NETWORK, BY CHANDLER BAKER

First of all, I’d like  introduce you the writer of this thriller related with an harassment into an office of a great lawyer’s company,  in Dallas (USA),  where women are the main labour force.

Chandler Baker is a young American  woman, married and with two children, who has been able to use her free time writing nice books, some of them, with a good welcome and  large sales in America and around the British language countries.

Having said this, the book will show you,  through more than four and then hundred pages,  how four women, three of them lawyers, will fight against a stalker, who is furthermore  the main chief of the desk and who got suicide jumping from the fourteen floor and the balcony, adding a new point of view to the lawsuit undertook against him the day before.

Soon, we’ll know that Ames, that one mentionned desk chief stalker, was also the son’s Rosalita father, Salomon, whose mother is the cleaner in these bureaux, who eight years ago had been harassed by this man and she supported the secret despite pursuing working there,  cleaning bins and using a vacuum in stores, aísles and staircases.

Actually, Ardie Valdez, one of that three women lawyers, trying to help Rosalita with the paperwork for her son, soon  will discover her  company had hidden that harassment against Rosalita, while Truviv, her own company, tried to sink hers with a countermeasure and helped by a sophisticated and gorgeous prosecutor, Cosette.

Even though,  at the end of this book the doubts emerge in every of those four characters, because every one of them had had a close relationship with that same stalker, Ames, and could be responsible of the death of his chief, who would be soon promoted as a new CEO and will leave a wife and two children.

The deposition transcript will help to understand better this novel and reach the end with a good taste in the mouth, a brave book able to speak about arassment into the heart of upper class in the United States and the year 2019.

For an eternal English student I´ve enjoyed this work, with the special American expressions, and I take advantage to recommend its reading and the brilliant matter developed in women’s defence and human respect.

 

martes, 2 de septiembre de 2025

 


ROBERT MUSIL Y LAS TRIBULACIONES DEL ESTUDIANTE TÖRLESS

Las tribulaciones del estudiante Törless, la opera prima del austriaco Robert Musil, es el primer libro de un ingeniero al servicio austrohúngaro,  que para su formación ya había antes conocido un internado militar, por lo que, en esta obra, mejor que nadie, por haber sido testigo en ese tipo de institutos su mismo autor antes,  reflejará en sus páginas el ambiente en el que viven y se enseñan esos púberes, especialmente Törless, Reiten, Beineberg y el afeminado Basini, objeto éste de las más crueles vejaciones, mientras en el fuero interno del joven Törless se desatan las disputas de una inteligencia brillante y del paso de esa pubertad a la plena madurez.

Son un portentoso retrato del amanecer de la sensualidad de unos jóvenes de la élite burguesa austrohúngara, donde la soledad y el mismo acervo filosófico de su autor se ven claramente reflejados en los diálogos de los estudiantes, como en las mismas justificaciones que de sus actos quiere hacer Törless.

Desde las confiadas cartas infantiles de los primeros días de estancia de Törless en el internado, hasta la discusión con su profesor de matemáticas sobre los números imaginarios, como su despertar íntimo junto a Basini, Törless navega en su discurso interno justificando ese tránsito, como el extraño desprecio que siente por la cobardía de su apocado compañero Basini, frente a la dureza y el avasallamiento de sus otros dos compinches del desván.

A un latino, quizás la crudeza de estos personajes nos pueda traer a la memoria que en ese modus operandi está algo la voluptuosidad nórdica, como también la simiente a terribles ensayos sobre los más débiles, episodios éstos  que pusieron en llamas toda Europa.

Bien sabido es que su autor se exilió en Suiza, en cuanto Hitler se apoderó de Austria y que este primer libro le hizo convencerse, habida cuenta el éxito que tuvo, para dedicarse de lleno a la literatura, aunque sus últimos años nada fáciles le fueran.